Albert
Camus. 1913 /1960.
Premio
Nobel de Literatura 1957.-
Hoy, todo artista está embarcado en la galera de su tiempo. Y debe
resignarse a ello, aun cuando le parezca que esta galera huele a arenque, que
los cómitres son verdaderamente demasidos y que, por añadiduría, se está
doblando mal el cabo. Nos hallamos en alta mar. El artsista, como los otros,
tiene que remar a su vez sin morir; es decir, debe continuar viviendo y
creando. A decir verdad, no es cosa fácil y comprendo que los artistas añoren
su antiguo bienestar. El cambio es un tanto brutal. Cierto es que siempre hubo
en el circo de la historia mártires y leones. Los primeros se sustentaban con
consuelos eternos; los segundos, de alimento histórico bien sangrante. Pero
hasta ahora el artista ocupaba un lugar en las gradas. Cantaba por cantar, para
sí mismo o, en el mejor de los casos, para alentar al mártir y distraer un poco
al león de su apetito. Ahora, en cambio, el artista se encuentra en la propia
arena; su voz, su fuerza, ya no es la misma. Es mucho menos segura…
El hecho de que el artista ponga en tela de juicio el arte tiene muchas
razones, de las que sólo bastará señalar las más importantes. En el mejor de
los casos, ese enjuiciamiento se explica por la impresión que puede tener el
artista contemporáneo de mentir o de hablar por hablar… En efecto, lo que
caracteriza a esta época es la irrupción de las masas y de su condición
miserable, frente a la sensibilidad contemporánea. Ahora sabemos que
existe… siendo así que se tenía tendencia a olvidarlas. Y si lo sabemos,
no es porque las élites, artísticas o de otra índole, se hayan hecho mejores;
no, tranquilicémonos. Es que las masas se hicieron más fuertes e impiden que se
las ignore… Hay aún otras razones, y algunas menos nobles, de esta misión del
artista. Pero cualesquiera sean estas razones, todas ellas concurren en el mismo
fin: desalentar la creación libre, atacando su principio esencial, que es la fe
del creador en sí mismo. “La obediencia de un hombre a su propio genio- dijo
magníficamente Emerson- es la fe por la excelencia”. Y otro escritor
norteamericano del siglo XIX agregaba: “Mientras un hombre permanece fiel a sí
mismo, todo abunda en su sentido, gobierno, sociedad, el mismo sol, la luna y
las estrellas”.
En la mayor
parte de los casos, el artista se averguenza de sí mismo y de sus privilegios,
si los tiene. Debe responder ante todo a la pregunta que él mismo se formula:
¿Es el arte un lujo mentiroso?.
La primera respuesta honesta que pueda darse es ésta: ocurre, en efecto,
que el arte es un lujo mentiroso. En la toldilla de las galeras simepre y en
todas partes se puede , lo sabemos, cantar a alas estrellas mientras los
forzados reman y se agotan en la cala; siempre puede registrarse la
conversación mundana que se mantiene en las gradas del circo, mientras la
víctima queda destrozada entre los dientes del león. Y es muy difícil objetar
algo a ese arte que conoció grandes éxitos en el pasado. Sólo que las cosas
cambiaron un poco; sobre todo, el número de galeotes y de mártires aumentó
prodigiosamente en la superficie del globo. Frente a tanta miseria, ese arte,
si pretende continuar siendo un lujo, debe aceptar hoy ser también una
mentira. La mentira del arte por el arte fingía ignorar el mal y asumía sí
la responsabilidad de él; pero al mentira realista, si asume con coraje la
responsabilidad de reconocer la desdicha presente de los hombres, traiciona
asimismo gravemente esa desdicha presente de los hombres, al utilizarla para
exaltar una felicidad futura de la que nadie sabe nada y que, por lo tanto,
autoriza todos los engaños.
¿Hay que llegar pues, a la conclusión de que esta mentira es la esencia
misma del arte?. Yo diría, en cambio, que las actitudes de las que hablé no son
mentira, sino en al medida en que no tienen gran cosa que ver con el arte. ¿Qué
es, pues, el arte?. Cosa nada sencilla, eso es seguro. Y resulta aún más
difícil comprenderlo en medio de los gritos de tanta gente desdichada con
encarnizamiento a simplificarlo todo.
Por
una parte se quiere que el genio sea espléndido y solitario; por otra, se le
impone que sea semejante a todos. ¡Ay la realidad es más compleja!. Y Balzac lo
hizo sentoir en una frase: “El genio se parece a todo el mundo y nada se parece
a él”. Y esto cabe afirmar del arte, que no es nada sin la realidad, y sin el
cual la realidad es poca cosa. El arte, en cierto sentido, es una rebelión
contra el mundo en lo que éste tiene de fugitivo y de inacabado: no se propone,
pues, sino dar otra forma a una realidad que sin embargo él está obligado a
conservar, porque ella es la fuente de su emoción. En este sentido, todos somos
realistas y nadie lo es. El arte no es ni el repudio total de lo
existe, ni la aceptación total de lo que existe. Es al mismo tiempo repudio y
aceptación. Y por eso no puede ser sino un desgarramiento perpetuamente
renovado. El artista se encuentra siempre en esta ambigüedad, incapaz de negar
lo real y sin embargo eternamente desdichado a discutirlo en que lo real tiene
de eternamente inacabado. Para hacer una naturaleza muerta es menester que se
enfrenten y se corrijan recíprocamente un pintor y una manzana. Y si las formas
no son nada sin la luz del mundo, ellas a su vez agregan algo a esa luz.
El universo real que por su esplendor, suscita los cuerpos y las estatuas
recibe de ellos al mismo tiempo una segunda luz, que fija la del cielo… No se
trata, pues, de saber si el arte debe huir
de los real o someterse a lo real , sino tan sólo de saber qué dosis exacta de
lo real debe conservar la obra para no desaparecer en las nubes o, por otra
parte, arrastrase con plantillas de plomo. La obra más elevada será siempre la
que equilibre lo real y el repudio que el hombre opone a la realidad…
Evidentemente el valor más calumniado hoy día es el valor de
libertad… Se trata de saber que sin la libertad no realizaremos nada. Y
que a la vez perderemos la justicia futura y la belleza antigua. Unicamente la
libertad saca a los hombres del aislamiento. La servidumbre se cierne sólo
sobre una multitud de soledades. (…) Mi conclusión será sencilla. Consistirá en
decir, aun en medio del estrépito y del furor de nuestra historia:
‘Alegrémonos’. Alegrémonos, en efecto, por haber visto morir una Europa
mentirosa y cómoda. Y por encontrarnos frente a crueles verdades. Alegrémonos
en nuestra condición de hombres, puesto que un prolongado engaño se ha
desmoronado y ahora vemos claro lo que nos amenaza. Y alegrémonos en nuestra
condición de artistas arrancados al sueño y a la sordera, mantenidos por fuerza
frente a la miseria, las prisiones, la sangre…
“Todo
muro es una puerta”,
dijo con razón Emerson. No busquemos la puerta y la salida sino en
el muro contra el cual vivimos. Busquemos el paso donde éste se
encuentra, quiero decir, en el centro mismo de la batalla… Se ha dicho que las
grandes ideas vienen al mundo en patas de paloma. Si aguzamos el oído, acaso
oigamos entonces, en medio del estrépito de los imperios y de las naciones,
como un débil aleteo, el suave bullicio de la vida y de la esperanza. Unos
dirán que esta esperanza está alimentada por un pueblo; otros, por un
hombre. Yo creo, en cambio, que está suscitada, reanimada y alimentada por
millones de solitarios, cuyas acciones y obras niegan cada día las fronteras y
las más groseras apariencias de la historia para hacer resplandecer fugazmente
la vredad, siempre amenazada, que cada cual, con sus sufrimientos y sus
goces, eleva para todos.
La
meta del arte no es legislar ni reinar, sino que es, ante todo, comprender. Por eso el artista, al término de su camino, absuelve en lugar de
condenar. No es juez, sino justificador, es el abogado permanente de la
critaura viva, porque ella está viva. Aboga en verdad por amor al prójimo, no
por ese amor de lo remoto que degrada al humanismo contemporáneo en catecismo
de tribunal. En cambio, la gran obra termina por confundir a todos los jueces.
Mediante ella, el artista rinde homenaje a la más elevada figura del hombre y
al mismo tiempo se inclina ante el último de los criminales. “No hay uno solo-
escribe Wilde en la prrisión- de los desdichados encerrados conmigo en este
miserable lugar, que no se encuentre en relación simbólica con el secreto de la
vida”. Sí, y ese secreto de la vida coincide con el arte…
Hay unas palabras de Gide que yo siempre aprobé: “El arte vive de
coacción y muere de libertad”. Eso es cierto, pero no hay que concluir por ello
que el arte deba ser dirigido. El arte no vive sino de las coacciones que él
mismo se impone: muere por obra de los demás.
El arte más libre y el más sublevado será, pues, el más clásico.
Coronará el mayor esfuerzo. Mientras una sociedad y sus artistas no consientan
en realizar este prolongado y libre esfuerzo, mientras no se abandonen a la
comodidad de los enfrentamientos o a la del conformismo, a los juegos del arte
por el arte o a las prédicas del arte realista, permanecerán en el nihilismo y
en la esterilidad. Decir esto equivale a decir que hoy el renacimiento depende
de nuestro coraje y de nuestra voluntad de clarividencia.
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